Ser Multidimensional
El ser humano es un ser espiritual que en su descenso a la materia se ha ido revistiendo de diferentes cuerpos cada vez más densos hasta quedar «aprisionado» en un cuerpo físico donde su confusión es tal, que ya no recuerda que su verdadera naturaleza esencial es divina, eterna e inmortal.
Cuando hablamos de espacios dimensionales, de planos de existencia, de reinos espirituales o del más allá, solemos alzar la vista y mirar al cielo como si todo ello estuviera muy lejos de aquí, en otros mundos o en lugares muy remotos e inaccesibles, pero lo cierto es que Todo está aquí mismo junto a nosotros y en este preciso instante sólo que en franjas vibracionales distintas. Esto significa que lo que habitualmente percibimos como real a través de los sentidos, es tan sólo una pequeña parte de la verdadera realidad multidimensional en la que vivimos.
Podría decirse que somos como uno de esos pececitos de colores cuya visón del mundo ha pasado de la inmensidad del océano en la que vivía, al reducido espacio que albergan las cuatro paredes de cristal que conforman su pecera. Es decir que al encarnar, también nosotros decidimos trasladarnos a un pequeño globo terráqueo desde donde apenas alcanzamos a «ver» nada. Pero del mismo modo en que desde nuestra perspectiva nos resulta obvio apreciar la existencia de una realidad mayor que la que percibe el pececito en su pecera, también nuestra realidad física se ve contenida en otras esferas de realidad de mayores dimensiones inclusivas y superpuestas entre sí.
El plano físico es por tanto nuestra pequeña y preciosa burbuja en la que vivimos ajenos a una realidad mayor, siendo el cielo, las estrellas, las montañas y los océanos que nos rodean nuestras cuatro paredes de cristal. Sabemos que el universo se extiende mucho más allá de nuestro planeta, de nuestro sistema solar y de nuestra galaxia, pero en cualquier caso seguimos pensando que la realidad física es la única realidad posible. Esto es así sobre todo para quienes otorgan una exclusiva credibilidad a lo que puedan captar sus sentidos, desechando de este modo cualquier otra opción que no pase por este filtro; pero lo cierto es que además de la dimensión correspondiente al plano físico que es donde se proyecta nuestro espíritu con el único propósito de adquirir conocimiento a través de la experiencia, existen otras zonas dimensionales en las que se hallan nuestros aspectos emocionales, mentales, intelectuales, creativos, afectivos y espirituales…, por mencionar sólo algunos, como atributos de un Ser múltiple que habita en diferentes planos de existencia al mismo tiempo.
La multidimensionalidad del Ser explica fenómenos tan singulares como el que suelen relatar la mayoría de testimonios que han experimentado una ECM (Experiencia Cercana a la Muerte), en la que al producirse una muerte clínica (parada cardiorrespiratoria y cese de la actividad cerebral), no sólo observaban con absoluto desapego su cuerpo tendido sobre la mesa del quirófano, sino que eran capaces de describir con asombrosa precisión todo cuanto sucedió a su alrededor (incluyendo el estado emocional de los presentes). Esto demuestra que nuestra mente no reside en el cerebro sino que lo hace en una dimensión distinta a la física, aunque es a este órgano donde van a parar todos los estímulos que se transmiten inmediatamente al cuerpo.
Para la mayoría de tradiciones espirituales el cuerpo es el «vehículo del alma«, un instrumento al servicio del Ser a través del cual éste puede expresarse en la Tierra. Este calificativo es acertado con la salvedad de que el cuerpo, por lo que en sí mismo representa, se convierte en algo mucho más valioso que un mero instrumento de experimentación vivencial. Y es que cuando el alma ocupa un cuerpo y lo anima a la vida, ésta no se aloja en la cabeza o en el corazón como suele creerse sino que ocupa el cuerpo en su totalidad. El alma está presente en cada centímetro de piel, en cada cabello, en cada órgano y en cada célula de nuestro organismo, con lo cual, el cuerpo es mucho más que una simple envoltura. El cuerpo es la entidad que contiene la presencia de lo divino, es la viva personificación del espíritu, y puesto que existen diversas dimensiones en las que nos encontramos simultáneamente, nuestra participación en cada una de ellas sólo puede hacerse efectiva a través de su correspondiente diversidad de cuerpos.
De esto se desprende que el ser humano pueda considerarse séptuple en su constitución interna; es decir, que además del cuerpo físico que es con el que nos manifestamos en el mundo físico en forma de palabra o acción, disponemos de un cuerpo etérico o vital que lo anima a la vida; un cuerpo astral que contiene toda nuestra dimensión emocional; un cuerpo mental que nos permite razonar, aprender, analizar y discernir; un cuerpo causal o mental superior del que brota la voluntad que nos permite iniciar cualquier actividad; un cuerpo crístico o búdico con el que accedemos a las más altas cumbres de Sabiduría; y un cuerpo átmico que alberga la más pura esencia de lo divino. Estos son los siete cuerpos que ocupa simultáneamente el Ser aquí y ahora sólo que en diferentes grados de intensidad.
Reconocemos fácilmente el uso de nuestros cuatro cuerpos inferiores (el físico, el vital, el emocional y el mental) en nuestro quehacer cotidiano como cuando trabajamos, estudiamos, paseamos, conversamos, practicamos algún deporte, etc. Pero es cuando actuamos desde el corazón, cuando amamos y nos sentimos amados, cuando algo nos conmueve profundamente y nos “llega al alma”, cuando intuimos la verdad de las cosas, o cuando sencillamente nos sentimos felices, dichosos y en paz; cuando intervienen los cuerpos superiores que conforman la mónada individual en la que se halla nuestro espíritu o Yo Superior.
Podemos vivir nuestra vida permitiendo que afloren a cada instante las energías que proceden de las más altas esferas, o bien conformarnos con las vinculadas a nuestra personalidad egoica. De nosotros depende el grado de participación que queramos darle a cada uno de nuestros cuerpos sutiles; sin embargo, debido a que la consciencia permanece siempre anclada al cuerpo más denso que ocupamos, es comprensible que a menudo cueste tanto llegar a reconocer esta naturaleza primordial divina, eterna e inmortal que nos es propia.
La meditación nos permite trascender los cuerpos inferiores y acceder a ciertos niveles de realidad mayor, lo cual es muy útil para tratar de conocerse a sí mismo, así como para anticipar una vivencia que tarde o temprano todos acabaremos por experimentar; la muerte. Y es que morir no es más que el acto de desprendimiento progresivo de cada uno de los diferentes cuerpos o vehículos que empleamos para desenvolvernos en los respectivos planos de existencia en los que vivimos, siendo este el modo en que nuestro ser consciente podrá irse trasladando sucesivamente a estas otras esferas de realidad más sutiles, veraces y expansivas de las que provenimos.
Autor: Ricard Barrufet Santolària
del libro: «Planos de Existencia, Dimensiones de Conciencia»
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